La Playa

Recordaba esas últimas vacaciones en Ostende, lejos de la rutina que hoy la aplastaba. Entre pilas de carpetas del estudio, soplaba todavía aquella fresca brisa marina. Llegaba esa época del año en que las obligaciones parecen ser más de las que se pueden soportar. En casa no querían resignarse a que pasara las fiestas con la familia de Fede. El Señor Eguizabal había tenido que achicar un poco los gastos, por lo que ahora ella tenía que arreglárselas con Eugenia para hacer las cosas de las que antes se encargaban los que habían sido reubicados. Y la facu... mejor ni hablar de la facu. Si, lo sabía, el cuatrimestre ya terminaba y sólo un último esfuerzo la separaba de una nueva escapada a la costa. Pero, así como ahora era un viento, eran enormes médanos de caliente arena lo que venía a su mente cuando estaba recostada en la cama tratando de memorizar los artículos del código penal. No era para preocuparse, nos pasa un poco a todos. O al menos eso trataba de pensar cuando sin importar qué comiera, sentía un dejo a sal en su boca. O cuando le parecía que los benteveos de la cuadra también necesitaban unas vacaciones e imitaban con su canto el graznido de las gaviotas.

Un día no aguantó más. Se levantó tempranito como todas las mañanas pero ya no pudo soportar la idea de ser amable con la secretaria del Señor Eguizabal, que cada día encontraba una nueva tarea para asignarle. Serían sólo unas horas, sólo por hoy. Llamaría más tarde para disculpar su ausencia diciendo que no se sentía bien. Sabía que no iban a despedirla porque la necesitaban. No había nada de que preocuparse en verdad. Se llevó el auto y manejó por horas. La desolada ruta comenzó a traerle de vuelta su paz, esa paz que sólo alcanzaba en su totalidad cuando sentía el mar en su piel, y saltaba las olas, y los labios se le agrietaban un poco, trayéndole ese profundo gusto a sal. Por fin llegó a Ostende y fue directo a la playa. Los escasos pescadores la siguieron con la mirada, sin mucho interés, viendo cómo se desvestía y se metía al mar. Disfrutó un rato largo sin pensar ni un minuto en todo lo que había dejado 300km atrás. Y en realidad ya no pudo pensar más en ello. Para cuando la sacaron, ya era tarde: había vuelto a ser una con su mar.